jueves, 10 de abril de 2008

Francisco Martínez de la Rosa


Nació en Granada en 1787, en el seno de una familia acomodada. Durante su infancia demostró una gran capacidad para adquirir conocimientos. En la actualidad se opina que era un niño super dotado porque a los 12 años ingresó en la universidad de Granada donde se doctoró en Derecho. En 1805 se convirtió en catedrático de Filosofía en Granada.
Fundó "El diario de Granada" y se convirtió en Político y Diplomático. Formó parte del partido liberal. Fue diputado en las cortes pero en 1814 durante la restauración absolutista fue detenido y desterrado. En 1820 durante el trienio liberal se mostró como liberal moderado y partidario de una monarquía parlamentaria. Fue nombrado secretario de estado en 1822 pero con la invasión de 100 mil hijos de San Luis dirigido por el Duque de Anguleme se vio obligado a emigrar a París y no volvió hasta 1821. Durante la regencia de María Cristina fue nombrado presidente del consejo de ministros y ministros del estado. Se encargó de redactar el estatuto real de 1834, un documento que no llegaba a ser una constitución pero buscaba un camino intermedio entre el poder del monarca y el parlamento. Debido a los cambios que se produjeron en el gobierno de la nación se vio obligado a exiliarse nuevamente en varias ocasiones. Fue nombrado embajador en París y Roma, presidente del Congreso de los Diputados, etc, etc....
Como era algo afeminado le pusieron varios motes: El barón del bello rosal o Dña. Rosita la pastelera.
Escribió numerosos poemas, novela histórica, biografías y obras de teatro.
Falleció en Madrid en 1862.

El huérfano

Mientras el crudo diciembre

Arroja nieve y granizo,

Y del palacio las puertas

Conmueve el ábrego impío,

A su amparo en noche oscura 5

Se acoge un mísero niño,

Que abandonaron sus padres

Y no halla en el mundo asilo:

Ambas manos junto al pecho,

Tiembla de susto y de frío; 10

Y hasta el aliento le falta

Para demandar auxilio...

¡Jamás tuvo el inocente

Quien oyera sus suspiros,

Quien enjugase su llanto, 15

Quien le llamara su hijo!

En el hueco de unas rocas

Le hallaron recién nacido,

Sin más protector que el cielo,

Ni más padre que Dios mismo; 20

Sólo Dios, que abre su mano

Para el tierno pajarillo,

Y hasta en el aura derrama

Las semillas y el rocío.

Huérfano desventurado, 25

No llores tan afligido;

Y llama a la misma puerta

Que hora te sirve de arrimo:

Llama otra vez, que su dueño

En blando lecho adormido,

En sueños ve los tesoros

Que conducen sus navíos;

Y no ha de ser tan cruel,

Que al escuchar tus gemidos,

Te niegue un pobre sustento, 35

Te niegue un mísero abrigo.

«¡Amparad piadosos

A un niño infeliz;

Y Dios os lo premie

Mil veces y mil! 40

Solo y desvalido

¡Ay triste! nací;

Que mi propia madre

Me alejó de sí...

Si madre tuvisteis, 45

A Dios bendecid;

¡Y en memoria suya

Doleos de mí!

Nunca una palabra

Cariñosa oí; 50

Llanto de mis ojos

Por leche bebí...

Por Dios y su Madre,

Piadosos abrid;

Si no, a vuestra puerta, 55

Me veréis morir!...»

Apenas estas palabras

Sollozaba el huerfanito,

Cuando dentro del palacio

Sonó de un can el ladrido; 60

Cien esclavos acudieron;

Y amenazaron al niño,

Si en mal hora el dueño adusto

Despertaba a sus gemidos.

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